¡Grande, José Luis! ¡Grande, compañero!

Día en el que celebramos el 25 Aniversario de nuestra Graduación.
Día en el que celebramos el 25 Aniversario de nuestra Graduación.

Nos conocimos en aquellos tiempos en los que Barrio Sésamo amenizaba las tardes de los niños que nacimos a mediados de los años 70. Cuando él llevaba pantalones cortos y yo las dos trenzas «estilo Chabeli» que tanto le gustaban a mi madre.

Era cuando mi abuelo Juan Chaves, el poeta, nos llevaba al bar El Rollo porque disfrutaba tomándose su «chato» y yo correteaba con mi vaso de «butano» bajo las atentas miradas de mi abuela Feli, y mi madre que siempre tenía su eterna cantinela del «Ari, estáte quieta». Pero no, no podía estarme quieta. Es que el hijo del «Ufo», el dueño del bar, también correteaba por allí. Con su sonrisa constante y su cara de pillo.

Después, el destino volvió a juntarnos en el precioso pueblo serrano de Villanueva del Conde, de donde es oriundo su padre y donde mi familia compró una casa en los años 80. 

En sus calles empedradas pasamos nuestra infancia y nuestra adolescencia. En aquellos veranos de juventud con paseos a las «Cuatro Carreteras», baños en el río, y noches de verbena y chiringuitos.

Pero quiso el destino que eligiéramos la misma carrera universitaria. Los dos queríamos ser periodistas y allí nos encontramos, aquella mañana de 1993, en una de las aulas de la Universidad Pontificia de Salamanca, sonriendo y deseando un futuro maravilloso entre micrófonos, periódicos y radios. Y fue curioso, porque entre los estudiantes de Periodismo de esa promoción, la 6ª, éramos cinco personas, cinco, del pequeño pueblo de Villanueva del Conde. Y todas en el turno de la mañana.

Allí estaba Rosa, la guapa rubia de la calle arriba cerca de las Escuelas para enamorar perdidamente a su paisano, José Luis. Y los dos entre apuntes de «Redacción periodística» y «Lingüística» fueron tallando un amor de universidad que ha traspasado décadas y que continúa compartiendo raíces, profesiones, sueños, ilusiones y dos hijas maravillosas.

Hablar de la carrera profesional de José Luis Martín… sería sencillo de describir: Brillante. Constante. Ascendente. Valiente. 

Radio, prensa y ahora televisión lo han convertido en uno de los imprescindibles de esta profesión nuestra tan enriquecedora como sacrificada.

Cuando el año pasado fue reconocido como «Hijo Predilecto de Villanueva del Conde» sentí un orgullo difícil de explicar. Era… como cosa mía. Como si volviera a ver a aquel niño de mirada tierna con el que jugaba en el bar de sus padres. Y me alegré con toda mi alma porque sabía que ese reconocimiento le hacía inmensamente feliz.

No ha sido el único. Le están lloviendo los premios, las alabanzas, las distinciones. Es la satisfacción de ver reconocido no solo un trabajo, sino el amor y la dedicación a una profesión, a una forma de vida.

El último ha sido el Premio Comunica por parte de la Institución Empresa Familiar de Castilla y León. Pero no, no será el último. De eso, estoy segura.

Y yo… que ni soy serrana de ley, que soy adoptada, ni nunca he tenido la suerte de compartir redacción o plató con él… me siento orgullosa, muy orgullosa de haber coincidido en parte de su historia. Y recuerdo a aquel chiquillo que se movía entre las mesas del bar de su padre mientras escuchábamos a mi abuelo recitar sus poesías. O de compartir nervios en los exámenes en aquellas aulas de la histórica Universidad Pontificia de la Calle Compañía. De tener amigos comunes. De que me llame «serrana». De llamarle compañero.

Hoy y siempre, querido José Luis, y aunque ya lo sabes… estoy muy orgullosa de ser tu amiga.

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