Las fiestas de mi pueblo

Hoy es 19 de agosto. Comienzan las fiestas de mi pueblo. El precioso pueblo serrano que me adoptó cuando tenía 9 años y que aún siento mío, aunque hayan pasado tantos años desde que mis padres vendieran la casa.

Villanueva del Conde. El pueblo de las Tres Mentiras (no es villa, no es nueva y no es de un conde) Pero yo lo llamaría el pueblo de las Tres Verdades. La verdad de sus tradiciones. La verdad de sus piedras. La verdad de sus gentes.

En sus calles crecí. Cada rincón de sus estrechas callejuelas guarda un secreto. Eran tiempos del primer amor. El primer cigarro. El primer “lento” bajo la mirada acechante e inquisidora de mi padre. La primera noche sin dormir para poder ir a buscar al toro, el día 21, a la finca de Jumillano. Del almuerzo en Cereceda. De cantar “…Que florezca la flor”.

Tiempos de la primera cerveza. De los nervios de dos manos entrelazadas. Las miradas clavadas en el cuerpo de la niña que se convirtió en mujer. La amistad entre un hombre y una mujer. Las risas en la puerta de Charracano. Los celos. Las idas y venidas al río, cuando no había distancias ni calores para nuestros pies repletos de vida. O el día en el que subíamos a la piscina de Sequeros, con nuestros bocatas, y volvíamos al caer la tarde colorados como langostas.

Eran tiempos de ilusiones, de ensayos con la guitarra para poder cantar en la misa del día 20. De desayunar claras de huevo para tener mejor voz. De bocadillos de Nocilla en Las Eras. De tardes de dardos. De partidas de frontón en El Bote. Y campeonatos de mus. De visitas a las Cuatro Carreteras para ver las estrellas. De susurros. De confidencias en El Humilladero.

Fueron tiempos hermosos de amor verdadero con un injustificable final. El torpe capricho de juventud que me llevó a hacer daño gratuitamente a un corazón noble, leal y puro. Un corazón que es feliz. Que ha hecho una familia preciosa y que espero que me haya perdonado. Aunque la decepción y el rencor continúe en aquellos que le vieron sufrir. Y lo comprendo. Sólo deseo que el paso del tiempo haya mitigado, al menos un poquito, aquel dolor injusto.

Hoy es 19 de agosto y una parte de mi corazoncito está nervioso. Como aquellos años en los que elegíamos con suma ilusión la ropa que nos íbamos a poner por la noche, en el primer día de verbena. Aunque después acabáramos en el pilón a las tantas de la madrugada. Aquellas conversaciones en el chiringuito con El Último de la Fila sonando en el radio-casette. La sangría. Y las miradas secretas de mi madre desde el balcón.

 

Ahora, cuando ha pasado el tiempo, miro a mi hijo. El niño precioso que me da vida. Y a mi marido. El hombre maravilloso que me acompaña en este viaje. Y a los dos les cuento aquellos recuerdos cuando una niña de ciudad estaba orgullosa de ser de pueblo. Cuando se enfadaba cuando le llamaban La Torera. Cuando descubrió, camino del cementerio, qué eran los “gamusinos”.

Última visita a Villanueva del Conde. Junto a mis padres, mi bebé y Laureano
Última visita a Villanueva del Conde. Junto a mis padres, mi bebé y Laureano

Soy afortunada por haber crecido en un pueblo. Por tener fines de semana de invierno con la chimenea como única calefacción. Por pasar las navidades más inolvidables de mi vida junto a los míos. Por tener un hermano postizo llamado Laureano, al que adoro. Y por conocer a gente que, aun sin verla, continúo teniendo un cariño muy especial.

Hoy comienzan las fiestas de mi pueblo. Hoy soy más serrana que nunca.

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