No es fácil. Nada fácil.
Reconocer que tienes una enfermedad crónica… Que tu vida está cambiando, quieras o no quieras… Que habrá días buenos y otros no tanto… no es fácil.
Pero es mirar a mi hijo, mirar a mi marido, mirar a mi alrededor… y darme cuenta que todo merece la pena. Que vamos a llevar mi enfermedad de una manera completamente normal. Asumida. Y con muchas fuerzas, no solo para salir adelante y continuar siendo feliz, sino también para que, de alguna manera, y a través de estas líneas… pueda ayudar a personas que, como yo, se enfrentan a ella. Ese es el motivo por el que he decidido contarlo. No tengo por qué avergonzarme. Ni esconderme. La decisión ha sido difícil. Pero ésta será también la mejor manera de aceptar mi nueva vida.
Lo primero es pronunciar su nombre sin llorar. Esclerosis Múltiple.
Sí, tengo Esclerosis Múltiple. Y sólo el hecho de escribirlo me hace respirar hondo.
Pero comencemos por el principio. En el año 2002 se inició todo. Tras una época de estrés profundo en el trabajo, alguna puñaladina trapera y un gran desamor, el lado derecho de mi cuerpo dejó de funcionar. Se paralizó. El susto fue tremendo. Sobre todo cuando, después de levantarme del tubo en el que te realizan la resonancia, mareada aún, el médico me espetó que había sufrido un infarto cerebral. ¿Cómo? Casi me caigo. Realmente no sé por qué no me desplomé en ese mismo instante. Infarto cerebral. ¡Dios mío!
Inmediatamente ingresada, claro. Y dio comienzo la batería de pruebas. De aquella época recuerdo el cariño inmenso que me regaló Salamanca. Mi Salamanca. El pasillo del hospital estaba repleto de ramos de flores. Cientos de mensajes, de llamadas. Y algo que no olvidaré en la vida. Compartía habitación con dos señoras. Una de ellas, Carmen, una preciosa farinata, marcaría mi vida para siempre. Ella me ayudó como nadie a sobrellevar las duras pruebas y me animaba con sus palabras y con su sonrisa… aunque ella estuviera peor que yo. Sé que desde allí arriba me protege. Lo sé. Y yo siempre, siempre, la llevaré en mi corazón.
Aún ingresada, llegó a mis oídos algo que me disgustó todavía más: corrían rumores de que el supuesto infarto cerebral de la periodista se debía a las drogas. ¡Manda narices!, y nunca mejor dicho. Jamás, y digo bien, JAMÁS, he tomado drogas. Ni he fumado un triste porro. Pero para las malas gentes o para los envidiosos ese “chisme” era un perfecto caldo de cultivo para sembrar mierda. Creo que aún hoy me persigue ese “calumnia que algo queda”. Menos mal que el tiempo… ha hecho justicia.
Salí del hospital y tras la rehabilitación, poco a poco mi vida volvió a la normalidad. Parecía que todo había sido un mal sueño. Una terrible pesadilla.
Pero, y otra vez en una época de estrés, de nuevo la pierna y el brazo derecho se paralizaron. Y ahora, además, me afectó al habla. Lo recuerdo perfectamente, porque en ese mismo momento estaba realizando un programa de televisión EN DIRECTO. Mi compañera, Eva González (que ahora triunfa en su portal Hosteleríasalamanca.es) me acompañó al hospital. Los peores presagios se cumplieron. Había pasado de nuevo. Corría el año 2005. Incluso a mi compañero y amigo Alfonso Navalón llegaron a anunciarle mi muerte. Fue cuando llamó a mi madre horrorizado y llorando: ¡Me acaban de decir que tu hija se ha muerto! De nuevo los puñeteros rumores. De nuevo la gentita que no tiene otra cosa que hacer que inventar y calumniar. Por no hablar del susto que se llevó Navalón y el que podía haberse llevado mi madre de no haberme tenido a su vera en el momento de la llamada.
Gracias a Dios se pasó de nuevo. Pero el excelente equipo médico, formado por la doctora Mónica Alañá, no sabía a ciencia cierta qué sucedía. No era vascular y no era tumoral. Así que lo que estaba claro es que se trataba de una enfermedad desmielinizante. Podía volver a suceder pero también podía quedarse así y no volver a sufrir brotes nunca más.
Y así fue. En este periodo de tiempo (2005-2014) han pasado muchas cosas en mi vida. Trabajé en el periódico La Gaceta con gente maravillosa, conocí al hombre de mi vida y lo dejé todo para venir a vivir a Madrid con él. He superado una operación de espalda y dos embarazos que se malograron. He disfrutado de mi casa, he aprendido a cocinar. A dedicarme un tiempo que nunca tuve. Y, en junio de 2014, salió de mi vientre la personita más preciosa del mundo.
Pero en septiembre de 2014 comencé a notar que la pierna izquierda, esta vez, (las dos ocasiones anteriores había sido la derecha) estaba comenzando a fallar.
Resonancia y… horror: ¡Arancha… tienes Esclerosis Múltiple recurrente recidivante!
…Continuará…
Desde este espacio podremos hablar de la enfermedad. De mi experiencia y de la vuestra, si así lo deseáis. Y poco a poco iré contando la evolución. Los miedos. Las lágrimas. Pero también, y es el mensaje que quiero que llegue a todas y cada una de las personas que pasen por aquí… las ganas de VIVIR. De luchar. De seguir adelante. De superar los problemas a base de entusiasmo y de alegría. Si la vida te da limones… ¡Haz limonada! Y es que… tenemos tantas cosas bellas… Que sólo puedo alzar la mirada y… dar GRACIAS. ¡Gracias a la vida, que me ha dado tanto!