Ya doblan las campanas. Y el olor a muerto inunda el aire.
Ya doblan las campanas con su tañir lento y su quejío sordo de impotencia y
anhelo. ¿Por quién doblan las campanas? ¿Por qué huele a muerto?
Hoy la confusión machaca y tritura despacito mi alma de aficionada.
El alma de la comprensión. El alma del amor por una forma de vida que aprendí a
respetar cuando ni siquiera entendía por qué un hombre se enfrentaba a un toro,
y se jugaba la vida cada tarde.
He de confesar que tolero todas las ideologías. Y admiro, además, la
diversidad de lenguas que existen en esta patria nuestra que llamamos España.
Ojalá yo supiera catalán, gallego, vascuence y hasta bable. Porque esas lenguas
forman parte de la historia y la actualidad del país al que pertenezco. Del que
estoy orgullosa. Con sus errores y sus aciertos. Con sus sombras y sus grises y
ni siquiera discrepo con que haya españoles que no se sientan
como tal. Porque por encima de todo, respeto a los que piensan de manera
diferente a mí. Aunque no lo comparta.
Pero no entiendo eso de prohibir por prohibir. No entiendo
los tejemanejes políticos. No entiendo de urnas, ni de votos. Sólo sé que el
próximo domingo se cerrarán las puertas de la plaza que vio salir en hombros a
mi padre en el los años 60 y 70. Por eso el domingo, 25 de septiembre de 2011, cuando se cierren de golpe
las puertas de La Monumental, de la historia del toreo, de la historia de la
Cataluña taurina y aficionada, también se cerrarán las puertas de mi particular
historia. Y duele.
Como les duele a todos los profesionales que se jugaron la
vida en aquella arena. A todos los que se sentaron en los tendidos y se
emocionaron. A todos los que, de alguna manera, colaboraron para que se diera
una tarde, una sola tarde de toros.
Quizá sea este el momento, también, de mirarse el ombligo.
De pensar por qué se ha llegado a esta situación. Por qué el aficionado catalán
ya no asistía en masa a la plaza, como ocurría antaño. Y por qué en las dos últimas corridas de
toros en la Monumental ya se ha colgado el cartel de no hay billetes.
Y quizá deberíamos pensar por qué el capricho de hacer una
ley en contra de la cultura de España. Y sin embargo… ¿qué pasa con los
correbous? ¿Por qué tanta hipocresía?
Ya están doblando las campanas. Y huele a muerto. Porque lo
quieren matar. Van a asesinar el deseo de miles de taurinos que, amando su
identidad catalana, también aman la Fiesta que ha cometido el tremendo error de
autodenominarse “nacional”.
Sólo nos queda la esperanza de que esta decisión que ya
agoniza, como Lázaro vestido con el sayo de la Constitución, se levante y ande.
Quedan cuatro días. Y no sé qué sentiré cuando me ponga
frente a frente, cara a cara, con la Monumental de Barcelona. Sólo sé que estoy triste. Que en mi corazón
llueve luto. Y que el domingo se cerrará una parte importantísima de la
historia de mi país, de mi identidad, de mi cultura. Y por mucho que les pese….
También de la suya.