Es mi pequeña aportación a «The World vs MS». Mi historia desde que la Esclerosis Múltiple me cambiara la vida y el momento en el que todo comenzó de nuevo. Si con mi experiencia puedo animar, apoyar y estimular a personas que están pasando por lo mismo que yo… mi objetivo se habrá cumplido.
Sentí que una puerta se cerraba de golpe. Y un fuerte cerrojazo anunciaba mi futuro. Sólo dos palabras en la boca de mi neuróloga, dos, ahorcaban de repente mis ganas de comerme el mundo: Esclerosis Múltiple.
Para entonces era una feliz periodista que se había casado y tomado un tiempo sabático para disfrutar de mi nueva vida y lo más importante del mundo: había sido mamá. Mi pequeño tenía seis meses. Y todavía estábamos aprendiendo a ser padres. Por eso el diagnóstico me hizo sentir como una nuez en un inmenso océano de incertidumbre.
Por supuesto… me derrumbé. Era diciembre de 2014. Y sólo encontraba consuelo en la sonrisa de mi bebé. Los míos también se vinieron abajo. No lo aceptaban. Y para colmo, el pinchazo de Interferón tenía unos efectos secundarios que me dejaban profundamente agotada. Y pudiera o no… tenía que criar a mi hijo.
De sus balbuceos, sus caricias, su despertar a la vida me fui alimentando día a día. Aunque el mal humor se adueñó de mi personalidad. La fatiga. La apatía. La sensación de culpabilidad. De odio hacia mí misma y hacia mi dichosa enfermedad.
Hasta que un día, mirando a mi niño, a mi marido y a mis padres me di cuenta que no merecían mi depresión. Ni mis malas contestaciones. Sus lágrimas me dolían mucho más que las mías. Así que… decidí cambiar. Contarle al mundo que tenía EM pero que eso no significaba que mi vida hubiera acabado. Al contrario. Me daba más fuerzas para seguir adelante. Podía seguir disfrutando de todo lo que estaba haciendo hasta entonces. Más despacio, sí. Con ayuda, sí. Con bastón en muchas ocasiones, sí. Pero exprimiendo cada segundo. Gestionando mi cansancio, mis dificultades, mis puntos débiles.
Y cuando estaba aprendiendo a quererme de nuevo, se estrenó la película “100 metros”. Aquella tarde salí del cine con una inyección de positivismo, de afán de superación y de luchar por gritarle al mundo que “rendirse no es una opción”.
Además, he tenido la oportunidad y la suerte de conocer, escuchar y admirar a Ramón Arroyo. Su ejemplo, su mirada de “querer es poder” me transmitieron toda la energía necesaria para asumir que tengo una enfermedad crónica. Pero también tengo vida. VIDA. La palabra más maravillosa que existe. Y me he propuesto aprovecharla con los cinco sentidos que adquirí al nacer, más la comprensión, el amor, la responsabilidad, el esfuerzo, la perseverancia y la esperanza que me ha enseñado la EM.
Soy afortunada. Muchísimo. Y así me siento. Por eso, éste es mi mensaje: “Si la vida te da limones… haz limonada”.