A veces me siento a escuchar el silencio.
A veces.
Necesito esa soledad elegida que me abraza con fuerza.
Tengo dolor. Siempre lo tengo. Pero no lo siento: Me he acostumbrado a su presencia.
El cansancio se sienta a mi lado y me observa, celoso. Se alimenta de mi miedo. Y ahora que ni lo nombro ni lo pienso… se encela. Me gusta verlo así. Suplicando protagonismo.
Adoro mirar al frente y soñar bonito. Imaginarme corriendo sobre la hierba. Despacio. Despacito. Pero… ¡corriendo! Como en las películas, con el pelo al viento y sonriendo. Con la alegría del que se sabe con Salud y no le da siquiera importancia. Agarrar la mano de mi hijo y correr. Correr juntos. Entre amapolas. Y deshojar las margaritas del tiempo. A su lado.
Es entonces cuando lloro. Sin darme cuenta. Porque aunque intento simular que todo está bien, que no pasa nada, que soy más fuerte que la dichosa EM… dentro de mí sé que no es cierto. Porque tener esclerosis múltiple es una gran putada. Una putada que nos ha fastidiado la vida. A mí y a todos los que me rodean.
Sí. Mira la foto. Quizá pienses que ves un momento idílico… así sentada en la hierba. Mirando un bello atardecer.
Pero para levantarme tengo que pedir ayuda. Y depender de su brazo poderoso. Y aunque sé que siempre está dispuesto a ayudarme… me da rabia depender tanto de él. Y, además, me duele todo el cuerpo de nuevo. Esa espalda operada llena de hierros y tornillos. Y me cuesta echar una pierna delante de otra para caminar. Lo que antes hacía como pestañear: sin darme cuenta. Y que ahora, sin embargo, necesito máxima concentración.
Te prometo, que después de estos momentos es cuando recurro a mi fuerza interior. Y me digo que no puede ser. Y espanto mis pensamientos negativos. Y los mando a paseo. Por mis chicos, por mis padres, por los míos. Y por todos aquellos que confían en mí. Por mi maravilloso trabajo. Por la esperanza.
Así que sí. Cuando me veas viajando, en un sitio, en otro, en un concierto, en un restaurante, en una fiesta… disfrutando y sonriendo… has de saber que detrás de eso… hay sufrimiento. Hay fortaleza, obligada, que no mía. Hay un temor que me angustia y me quita tiempo de vida. Hay rabia. Hay culpabilidad y desdicha. Y mucho esfuerzo. Mucho.
Estos son los síntomas invisibles de mi EM. Los que nadie ve, aunque sí se presientan.
Y tras contarte este pequeño secreto que ya intuías… grito con toda mi alma: #LaEMNOmefrena. Aunque en mi interior yo sepa que sí lo hace! Ya lo creo que lo hace! 😉💪🏽 ¡Pero no podrá conmigo!