Seguimos navegando

Esta mañana hablaba con una amiga. Una amiga de la infancia con la que, aunque la vida nos deparaba destinos separados, mantengo aquella complicidad de entonces. Eran tiempos de estar en casa a las diez de la noche. Tiempos en los que descubrimos los primeros bailes en una discoteca con horario de tarde: Aquellos lentos maravillosos que nos aceleraban el corazón. Juntas compartimos el despertar del primer amor por aquellos chicos que no nos hacían ni caso… Nos imaginábamos mareadas sólo por beber aquel riquísimo “San Francisco” sin alcohol. No existían móviles. Ni teníamos demasiado dinero para gastar. El justito.

Estábamos descubriendo la vida a la vez. Compartiendo estudios, risas, nervios, la primera regla, miradas, miedos… y el deseo de crecer y ser mayor para tener aquella libertad añorada del adolescente.  

Hoy, me preguntaba mi amiga Carmen cómo estaba después de la segunda mudanza en cuatro meses. Y me sorprendí contestándole: ¡Mejor que nunca! Y me he quedado tan ancha. Porque…

Es cierto que no está siendo un crucero tranquilo. Desde que llegó el diagnóstico las complicaciones nos han enseñado a navegar contra corriente. A llevar un salvavidas incómodo y molesto a diario. A surfear las olas gigantes. Y a ponerle motor a nuestra embarcación cuando no hay viento y nuestras velas ni siquiera están desplegadas.

Mi patrón de barco es un hombre valiente, que ha aprendido a comprenderme, apoyarme y valorarme. Y me hace la travesía muy fácil.

La decisión de venirnos a otro país, otra cultura, otro idioma, dejando atrás mi todo (familia, casa, amigos, trabajo, patria, confort…) fue difícil pero rápida. Rechazar una vida cómoda y apostar por la incertidumbre… es complicado. Pero sabía que era una oportunidad para mi marido, para mi hijo… para nosotros. Para que nuestro #túyyoyasomostres que tanto me gusta fuera más #túyyoyasomostres que nunca.

Y yo… yo cada día hablo más y mejor el idioma al que tanto miedo tenía. Los británicos me han sorprendido muchísimo para bien. Tenía una imagen que no se corresponde en absoluto con la realidad. Al menos con la realidad que he vivido hasta ahora: Son amables, educados, dispuestos a ayudar siempre, solidarios, empáticos, cosmopolitas… con algunas excepciones, como es lógico, pero el balance es muy positivo.

Me encanta mi nueva casa. Me encanta ver a mi hijo en su colegio, con sus amigos, hablando y entendiendo inglés, creciendo con esa nobleza innata de la que tan orgullosa me siento.

Me encanta volver a mi país y ver a mi gente. Estar con las personas que quiero y sentir que los kilómetros, o las millas, no son más que medidas de longitud.

Mis dolores de espalda han mejorado muchísimo. Apenas tengo. La Unidad del Dolor ha sido todo un descubrimiento que recomendaré siempre. Me ha cambiado la vida.

Y mi EM… está estable. El nuevo tratamiento oral (Tecfidera) no sólo funciona disminuyendo mi fatiga, mis dolores, mi falta de equilibrio o mi dificultad para caminar (ya no llevo bastón a diario… sólo cuando las distancias a recorrer son mayores). Es que también me ha dado confianza y me ha hecho más fuerte. Estoy segura que, más pronto que tarde, la investigación encontrará la llave. Lo sé. Y la odiada EM será tan sólo un recuerdo. Malo… Pero un recuerdo.

Así que sí. Tengo mil y un motivos para sentirme afortunada. Y lo soy.

Quiero más que nunca. Comprendo aquello con lo que no estoy de acuerdo. Procuro respetar siempre. Olvido lo superfluo. Perdono lo perdonable. E intento aconsejar que teniendo VIDA… tenemos todo. Lo demás… son ingredientes que debemos ir sumando a este guiso exquisito que es vivir.

Eso sí… hablando de comida… lo del «Fish and chips» en este país es terrible. ¡A estos británicos les enseñaba yo cómo se hace un buen cocido!

Seguimos caminando. Seguimos navegando…

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