El pasado 5 de junio la Peña Taurina de mi padre celebró, un año más, una fiesta campera en la finca Galleguillos, propiedad de los hijos de Ignacio Pérez Tabernero, donde pastan las reses de El Hoyo de la Gitana. Y ya son más de 30 años consecutivos en los que estos ganaderos nos abren las puertas de su casa para pasar un día estupendo. Y hay dos cosas que no se pueden disimular en la vida: el dinero y el cariño. Y nosotros somos ricos en cariño hacia esta familia. Por eso… quise entregarles este trocito de sentimientos:
Dicen que todos tenemos una historia que contar. Un libro en cuyas hojas vamos escribiendo los capítulos de nuestra vida a base de experiencias, de vivencias y de tiempo.
Paseando por la calle de mi vida encontré una librería repleta de libros. Y en ella sobresalía un tomo gordote en el que se podía leer: Toros.
Ojeando el índice me detuve en un capítulo: CATEGORÍA, se llamaba. Y a ese nombre lo acompañaba una imagen. Una hermosa finca con las paredes de piedra rematadas en blanco. Una preciosa casa al fondo. Y una coqueta placita de tientas al otro lado de la carretera a Matilla de los Caños. Galleguillos se llama, muy cerquita del pueblo de Vecinos, y está regentada por una familia q engloba a la perfección la palabra q da nombre al capítulo.
Categoría porque son ganaderos por devoción, por amor al toro bravo que pasta en sus tierras. Por su respeto a la tradición. Por honestidad, la honestidad que les inculcó un hombre bueno, llamado Ignacio, que se marchó demasiado pronto. Y es que Dios es muy sabio. Y quería tenerlo a su lado para que le enseñara de toros.
Y mira si es importante este capítulo en el libro de mi vida que a ese hombre bueno, a ese gran ganadero, le debo el nombre de mi hijo. Porque incluso antes de que yo estuviera ni en el pensamiento, un jovencísimo y espigado torero compartió amistad con este ganadero. Y le enseñó tantas cosas, tantos consejos que el joven torero, ahora abuelo, jamás ha podido olvidar al gran señor ganadero llamado Ignacio que le puso el nombre artístico de Víctor Manuel. Y la amistad con esta familia ha sido tal que sólo puede tener palabras de agradecimiento. Porque siempre han estado. Siempre están.
Y es que esta casa ganadera sigue la senda que dejó trazada el patriarca. Y su mujer, Olaya, es un canto a la vitalidad, a la espontaneidad, al respeto ante el recuerdo de su marido. Y sus tres hijos, Joaquín, Ignacio y Fernando, la viva imagen de la lealtad, la humildad, la educación, la hospitalidad, la entrega.
Categoría. Así se llama este capítulo. Un capítulo que se ha convertido en un orgullo. Y un verdadero lujo. Gozar de la amistad de esta familia ganadera es todo un privilegio. Por eso este capítulo termina con una palabra. Una sola palabra: Gracias.
Galleguillos, 5 de junio de 2016