Y te echo de menos en la soledad del tiempo. Y patino por tu ausencia. Y caigo de bruces en la morriña de mis ansias.
Te sueño despacio. Y me discurro lentamente en el devenir de los días.
Prescindo de mi angustia y te rezo en secreto.
En el altar de mis deseos he creado un centro con flores que lleva tu nombre. Son flores encarnadas, apasionadas. Y blancas, puras y cristalinas. Pero también son negras, a veces grises. Empañadas de exilio. Empapadas de maletas vacías y raíles repletos de hierba.
Porque no estás.
Y tiemblo.
Tiemblo de frío mientras el calor de tu recuerdo me quema los dedos.
Y te espero. Graciosa y chispireta. Como una niña chica con su piruleta. Saboreando ilusionada el dulce caramelo y dando vueltas en la rueda de los tiempos.
En el jardín de tus besos cantan los grillos. Suspiran mis celos. Recelan mis suspiros. Y tropiezo, sin apenas darme cuenta, con el manjar de tu cuerpo.
Y todo… simplemente, porque… en mi soledad de empeños…
te echo de menos.