En el mismo centro del albero de tu cuerpo espero el desenlace final. Espero que tu estoque poderoso entre en corto y por derecho en mi alma herida de muerte.
Y en estos momentos de agonía, recuerdo con nostalgia los tiempos en los que cabalgaba entre las encinas de tu piel. Cuando tus manos me daban de beber. Y de comer.
Recuerdo cómo viniste entregado a mí. Como centraste la embestida de mis ilusiones, ya de salida, y cómo mi corazón seguía los vuelos de tu capote artista en el devenir de los días. Recuerdo, como si fuera ayer, el momento en el que me vine arriba en el castigo. Cómo resistí el frío hierro de la puya de tu indiferencia.
Y cuando embestí con bravura a los cites de tu muleta caprichosa. Cuando tú no cargabas la suerte. Pero yo… te seguía.
Arrastré el morro por los suelos de tu día a día. Y me encelaste en las telas de tus mentiras. Entregada. Con bravura. y, sobre todo, con nobleza. La nobleza que yo exigía. La nobleza que tú no poseías. Se te quedó grande mi amor, torero. No supiste valorar la calidad de mis sentimientos.
Y ahora, en el momento en el que un bajonazo infame intenta acabar con nuestra historia de amor, me resisto a irme a tablas. Me resisto a la suerte. A mi suerte. Y me trago la muerte de nuestro cariño. Y te miro orgullosa, pero con tristeza, sabiendo que se acabó. Pero, eso sí, con la alegría de escuchar una ovación mientras me resisto a doblar. Se acabó. Ya no hay más. Pero mientras arrastran el último aliento de nuestra amistad… un pañuelo azul tiñe de cielo mi recuerdo.
Y, ahora, cuando las mulillas de la memoria arrastran nuestro amor… Una vuelta al ruedo me hace pensar que yo fui brava, y encastada y tú… tú sólo estuviste poderoso. Pero por debajo. Siempre por debajo. Y tras las ovaciones durante mi vuelta el ruedo… Me queda saberme triunfadora. Mientras que tu premio… sólo será el silencio.