Respeto. Y con esa palabra podría resumir toda una vida de fidelidad a un mundo que engancha, enamora, satisface, apasiona. Sí, #soytaurina
Por eso, hablar de una sola tarde de toros resulta prácticamente imposible. Prefiero describir sentimientos. Sensaciones. Olores. Colores. Miedos.
Y vaya por delante que me confieso privilegiada. Ser hija de un matador de toros es parte fundamental de ese respeto que me ha perseguido desde niña. Por eso, siempre, y digo siempre, estaré agradecida a la grandeza y a la pasión que me ha sabido transmitir mi padre. Atrás quedaron los miedos que me producían los rojos que brotaban a borbotones del lomo de un animal grande y fiero. Atrás quedaron los miedos por las cornadas. Las cicatrices. Las miradas de complicidad. Las llamadas telefónicas que anunciaban tristezas. Y el orgullo de la retirada.
Después, cuando todavía no había descubierto las mieles del primer beso ya sabía que mi vida profesional iba a girar en torno al mundo del toro. Eran tardes de Bolsín. De carreteras. De fincas. De casettes de Camarón en el coche. De escalar a los muros de las paredes de las placitas de tientas. Los botos camperos. El jersey de cuello alto. Y era aprendizaje. Observación. Y envidia por las ilusiones que transmitían aquellos chavales que querían llegar a ser figuras del toreo. Unos llegaron a ser matadores. Otros muchos, no. Pero esos fines de semana quedarán para siempre grabados en la retina de una joven aficionada que comenzaba a enamorarse de la Fiesta de los toros.
Luego llegaron las tardes de tentadero en las fincas del campo charro. La libreta de hule. El silencio. La voz sensata y dominante del ganadero. La llamada del picador. La mirada obediente de los toreros. La respiración de la becerra. El fuego de la chimenea. Las conversaciones de después. Y la asimilación.
Un viaje a Madrid me hizo topar de frente con la monumentalidad de su plaza de toros. Fue entrar y llorar. De emoción. Con vergüenza por que nadie viera mis lágrimas caer por la juventud de un rostro emocionado. Después la vergüenza se tornaría en orgullo. Sí. Lloré la primera vez que pisé Las Ventas. Y la primera vez que vi esa Puerta Grande que antaño atravesara mi padre en hombros cuando yo todavía no estaba ni en su pensamiento.
Recuerdo un festival de las Hermanitas de los Pobres en Salamanca. Aún puedo ver a un Rafael de Paula eterno. Hierático. Artista. Elegante. Y sin embargo, frágil. Con sus rodillas doblegándose, aunque no su pellizco, ni la suavidad de su capote… Creo que todavía está pegando una verónica. Al menos en mi retina.
Recuerdo una tarde en Valladolid, en 1995. Joselito se encerraba con seis toros. Y de nuevo volví a emocionarme. A mirar al cielo y dar gracias por amar la Fiesta de los toros.
Me acuerdo de una tarde de frío y viento. Pero no salimos de La Glorieta hablando del clima. Salimos toreando. Alabando a un chaval hecho a sí mismo y convertido en hombre. En torero. En figura. Salimos hablando de un privilegiado nacido para torear. Aquella tarde se lidió un toro de la ganadería del Pilar. “Guapillo” se llamaba. Corría el año 2000. Y El Juli volvió a demostrar por qué había dado mucho que hablar desde niño. Tantos años después… sigue haciéndolo.
16 de septiembre de 2005. Cómo olvidar aquella faena del ARTE personificado en un torero en la plaza de toros salmantina. Desde ese momento Morante de la Puebla forma parte de mi vida. De mis ilusiones. De recorrer plazas de toros viéndolo actuar. Y nunca defrauda. Será su tarde o no. Pero nunca falla a los Morantistas. Es más, si en La Celestina uno de sus protagonistas, Calixto, no se confesaba cristiano, si no Melibeo por su pasión hacia Melibea, yo no soy morantista. Morantiana soy. Y a mucha honra.
Y una tarde en Sevilla cuando le dieron la vuelta al ruedo a un magnífico toro de Victorino el mismo día en el que sentí que unos segundos se convertían en horas viendo a un Pepín Liria frente a la puerta de chiqueros. Y un fandango de un artista mientras toreaba Morante en el Puerto de Santa María. Y un pase cambiado de Perera en Olivenza. Y un adiós torerísimo en Las Ventas de un Esplá emocionado. Y… podría estar hablando de recuerdos que forman parte de vida taurina hasta el día del Juicio Final. El día en el que Dios dará una larga cambiada a todos los que no tienen ni tendrán la fortuna de disfrutar de la Fiesta Nacional. Porque no la entienden. Y lo que es peor. No la respetan. Mire por dónde volvemos al inicio de estas letras. Y nada mejor para terminar. Respeto. Libertad. Pasión. Orgullo. Ambición. Triunfo. Ilusión.
Mi tarde para el recuerdo es mi trayectoria en el mundo del toro. Soy taurina. Confieso. Y española. Hasta la muerte.
- Este artículo está publicado en torosturismo.com , los amigos del Conde Rodrigo, a quienes agradezco el cariño que siempre me han demostrado.